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martes, 25 de abril de 2017
COMENTARIO DE TEXTO LOS GIRASOLES CIEGOS
TEXTO
En los campos de La Acebeda le encontraron, exhausto y agonizando, unos labriegos que, al principio, le creyeron muerto, pero cuando decidieron descalzarle para hacerse con las botas del cadáver, oyeron cómo aquella cabeza ensangrentada pedía agua. Iba vestido con el uniforme del ejército que acababa de ganar la guerra y tiritaba con estertores de vencido. Ahora sabemos que se consideraron varias alternativas, desde enterrarle vivo porque a saber quién le había disparado, hasta dejarle morir entre la jara y, después de muerto, informar a las autoridadesdel hallazgo. Pero una anciana resoluta decidió darle el agua que pedía y limpiarle la cara con su refajo.
«Todos somos hijos de Dios, hasta éstos», dijo. Comenzó así una sucesión de atenciones al herido que se prolongó durante tres días y logró mantener vivo a aquel muerto. Todo se conjuraba para que le resultara imposible abdicar de la vida como se abdica de un sueño al despertar.
Le mantuvieron allí, entre la jara, en parte por miedo y en parte para evitar el riesgo de que muriera en el traslado. Trataron la herida con inútiles ungüentos, le abrigaron con una manta y le proporcionaron agua y un poco de alimento. Hoy sabemos que, en los tiempos que corrían, todo aquello fue un derroche de misericordia que Alegría agradeció evitando mencionar sus nombres.
Que alguien se acercara a un hombre agusanado, pastoso de excrementos y de sangre, levantase su cabeza y pusiera agua en sus labios suavemente, dosificase a cucharadas sopicaldos digeribles por los muertos y pronunciara alguna frase de consuelo, todo aquello, pensó, era señal de que algo humano había sobrevivido a los estragos de la guerra. De no haber sido por las grietas de
sus labios resecos, Alegría habría sonreído. Así lo contó y así lo reflejamos.
Alberto Méndez,
Los girasoles ciegos
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